Esta semana uno de los niños de Baobab nos ha recomendado un cuento; lo leímos y es maravilloso. Ha coincidido con algunas reflexiones sobre la naturaleza de estos días: https://www.instagram.com/lacasadelbaobab/

Está recomendado para niños a partir de 6 años.

EL JARDIN DE LUZ

Del libro de Susan Perrow Cuentos Sanadores

Había una vez un hermoso jardín que se extendía a lo largo y a lo ancho, desde los valles a las llanuras, desde las colinas hasta la costa.

En este hermoso jardín crecían todas las flores, todas las plantas, todos los árboles. En este hermoso jardín vivían todos los pájaros, todas las mariposas, todas las abejas.

En este hermoso jardín, todos los niños querían jugar, y en él jugaban felices y seguros. En el centro de este jardín, en lo alto de la colina más alta había una gran esfera dorada reluciente. La esfera dorada brillaba tanto que iluminaba todo el jardín con una luz primaveral.

Al pie de la colina vivía la guardiana de la esfera dorada. Era una Tejedora de la Naturaleza y su tarea era limpiar la esfera y mantenerla reluciente. Vivía en un espacio en el que había una cesta redonda y un telar.

Todos los días iba al jardín con su cesta y la llenaba con hierba fresca, flores y hojas, después las tejía en su telar y confeccionaba un paño suave y natural. Y luego subía a lo alto de la colina y con este paño frotaba la esfera dorada hasta que iluminaba el jardín con aquella maravillosa luz de primavera.

Durante mucho tiempo todo fue muy bien. La esfera necesitaba al jardín y el jardín necesitaba a la esfera. Y los niños disfrutaban jugando por todos los rincones del jardín. Pero un día, un nuevo rey se hizo cargo de aquellas tierras. Este nuevo rey era conocido como el Rey “Y a mí qué me importa”, y a este rey no le importaba nada excepto él mismo. No le importaban las flores, ni las plantas, ni los árboles, ni los pájaros, ni las mariposas, ni las abejas. Tampoco le importaba si los niños tenían lugares hermosos para jugar.

El rey “y a mí qué me importa” sólo se preocupaba de lo que a él le gustaba y lo único que le gustaba era coleccionar y almacenar oro y joyas.

Y poco a poco, muy poco a poco el hermoso jardín fue talado para excavar minas para buscar oro y para construir castillos para guardar las joyas.

A medida que el jardín se hacía casa vez más pequeño, a la Tejedora de la Naturaleza le era cada vez más difícil llenar su cesta redonda con hierbas frescas, flores y hojas. Cada vez le era más difícil tejer un suave paño natural en su telar. Cada vez le era más difícil limpiar la esfera dorada para que brillase reluciente y poco a poco la esfera dorada empezó a quedarse de un color gris deslucido, del color de las nubes en un día oscuro de tormenta.

Pronto, todo aquel maravilloso jardín había desparecido. Ya no había flores, ni plantas, ni árboles; ya no había pájaros, ni mariposas, ni abejas. Y ya no había lugares hermosos donde pudieran jugar los niños.

Todo lo que quedaba en lo alto de la colina más alta, era una gran esfera de un color gris deslucido. En el espacio que había al pie de la colina estaba la Tejedora de la Naturaleza con una cesta vacía y con un telar vacío. La tierra de alrededor era estéril y marrón. Estaba llena de agujeros, donde habían sido excavadas las minas, y de castillos para guardar los tesoros.

Pasaron los años. El jardín fue olvidado y los niños crecieron acostumbrados a no tener lugares hermosos donde jugar. Al Rey “Y a mí qué me importa” no le preocupaba que el hermoso jardín hubiese desaparecido, él recorría sus castillos y era feliz contando su oro y sus joyas. Pero un día sucedió que se acercó a una ventana y al mirar por la ventana vio la colina de la gran esfera de color gris desteñido

“¡Qué vista tan horrible!”, se dijo. “Tengo que intentar esconderla, me hace sentir una especie de incomodidad interior”. El Rey ordenó a sus trabajadores que construyeran un alto muro de piedra alrededor de la colina de la esfera de color gris desteñido. El alto muro de piedra no tenía puertas ni ventanas. Nadie podía pasar para ver la esfera gris y la Tejedora de la Naturaleza no podía salir, se quedó en su habitación con su cesta vacía y su telar vacío.

 

Al día siguiente de haberse terminado de construir el muro, el Rey se despertó sintiéndose muy enfermo. Cuando se miró al espejo, se vio de color gris, el gris de las nubes en un día oscuro de tormenta. Todos los doctores fueron avisados, pero nunca antes habían visto una enfermedad así, y fuera cual fuera el remedio que le aplicaran, nada parecía surtir efecto. De hecho, el Rey se ponía más gris cada día, y su enfermedad se hizo tan grave que parecía que no llegaría a ver la primavera de aquel año.

El día que el Rey “Y a mí qué me importa” murió, empezaron a aparecer grietas en el alto muro de piedra. Estas grietas en el muro eran muy pequeñas. Pero había una niña, también muy pequeña, jugando cerca del muro. La niña se dio cuenta que podía pasar a través de una de las grietas, y una vez dentro se quedó mirando a lo alto de la colina y a la gran esfera de un color gris desteñido. Luego vio el espacio al pie de la colina, se acercó y miró dentro. Allí estaba la Tejedora de la Naturaleza con su cesta vacía y su telar vacío. La Tejedora de la Naturaleza sonreía con una sonrisa cansada pero amistosa. “Espero que hayas llegado a tiempo”, dijo. Le hizo señas a la niña para que entrase, le contó la historia del hermoso jardín que una vez se extendía por toda la tierra; de las flores, las plantas y los árboles; de los pájaros, las mariposas y las abejas. Le habló de la cesta que ella solía llenar de hierba fresca, flores y hojas. Le habló de su telar y del suave paño natural que solía tejer. Le habló de su tarea de limpiar la esfera dorada y mantenerla brillante y reluciente para que iluminase el jardín con su luz de primavera.

Los ojos de la niña se abrieron maravillados. “Tenemos que conseguir que vuelva el jardín y el brillo dorado de la gran esfera de color gris desteñido”, exclamó.

“Bueno”, suspiró la Tejedora de la Naturaleza, “hay una forma de hacerlo, pero yo soy demasiado vieja para hacerlo sola. Necesito tu ayuda y la de todos los niños de estas tierras. Debes estar dispuesta a trabajar mucho. Vuelve a pasar por la grieta y trae a todos los niños que puedas encontrar. Luego te diré lo que tenemos que hacer. ¡Espero que hayas llegado a tiempo! ¡Espero que hayas llegado a tiempo!”.

La niña se deslizó a través de la grieta del muro y reunió a todos los niños que pudo encontrar y ellos la siguieron hasta donde estaba la Tejedora de la Naturaleza. Esta, cuando todos los niños estuvieron sentados a su alrededor, sacó una cajita y se la enseñó. “Estos son mis tesoros”, les dijo, “los recogí del jardín antes de que fuese talado”. Luego abrió la caja y los niños vieron miles de pequeñas semillas.

“Con vuestra ayuda y mucho trabajo podemos sembrar estas semillas y conseguir que el jardín vuelva a crecer. Después podré tejer un nuevo paño natural y con él podremos recuperar el brillo de la gran esfera gris”.

La Tejedora de la Naturaleza enseño a los niños cómo cavar la tierra, cómo sembrar las semillas y cómo regar y cuidar las plantas con cariño. Cada día los niños regresaban a través de las grietas en el muro y trabajaban en el jardín, al pie de la colina de la esfera gris.

Cuando el jardín creció lo suficiente, la Tejedora de la Naturaleza les dio a los niños su cesta para la llenaran de hierba fresca, flores y hojas. Luego se sentó al telar y de nuevo pudo tejer un suave paño natural. Entonces los niños subieron a lo alto de la colina con el paño y empezaron a frotar la gran esfera gris. Esto llevó mucho tiempo. Durante días y días los niños regresaban a través de las grietas en el muro y frotaban y limpiaban la gran esfera gris.

Y muy poco a poco los niños consiguieron que volviera a aparecer el brillo dorado. La gran esfera empezó a brillar de nuevo y a llenar el pequeño jardín al pie de la colina de luz dorada de primavera. Los niños continuaron limpiando y limpiando la esfera dorada, hasta que un día su luz dorada resplandeció con tanto brillo contra el alto muro de piedra que … ¡lo derribó!

La luz dorada entonces inundó toda la tierra y el hermoso jardín pudo, una vez más, extenderse a lo largo y a lo ancho, por valles y llanuras, desde las colinas hasta la costa. Y de nuevo, como al principio, los niños tenían lugares hermosos donde jugar.

 

El jardín de Luz fue escrito para el Día Mundial del Medio Ambiente de 1992 y más tarde producido como un musical de una hora por Home Grown Productións, Byron Bays. Es adecuado para niños a partir de los 6 años.

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