El lugar donde llegamos a Bolonia es único. Es un paraíso. Recuerdo que Tonucci hace alusión en varios de sus libros a este hecho. Durante siglos esta gente se ha dedicado a cultivar la belleza, a hacer cosas bellas; no solo a aquellos objetos considerados como artísticos, sino a lo más cotidiano, sus instrumentos de trabajo, los útiles de labranza, cosas menudas y corrientes, y cosas a su vez que en muchas ocasiones no son solamente para sí mismos, sino que representan un legado para el futuro, para las futuras generaciones. En un mundo donde todo es un consumo fugaz y casi todo se escapa de la cualidad de perdurar en el tiempo, esta tierra y el modo en que se erigen sus pueblos y ciudades representa toda una cosmovisión. Recuerdo las palabras de Simone Weil:

 “To be rooted is perhaps the most important and least recognised need of the human soul. It is one of the hardest to define. A human being has roots by virtue of his real, active and natural participation in the life of a community which preserves in living shape certain particular treasures of the past and certain particular expectations of the future.”

Italia, sobre todo Roma de lo que hemos visitado, sus piedras, sus monumentos, su historia, es el gran esqueleto, la masa fósil de una civilización, para lo bueno y para lo malo, sobre el cual deambulamos despavoridos durante un rato los mortales de hoy. Echar la monedita en la fontana de Trevi con cientos de personas enmascarilladas da la sensación de pasear sobre un gran fósil; uno se pregunta ¿qué mundo amanecerá mañana?

¿A qué mundo amanecerán nuestros hijos y nietos? ¿Cómo brindarles un puente significativo con estas piedras?

 Así son las ciudades en Italia, los pueblos, pura belleza, pero también la naturaleza parece como contagiada de esta maravilla.  El paraje donde intrépidamente nos lleva nuestro pequeño Volkswagen es una sucesión de suaves valles donde el marrón del otoño domina en todas sus posibles tonalidades.

Venimos a visitar la escuela Waldorf de Bolonia, Maria Garagnani, que está dentro de la Asociación de Pedagogía Steineriana. El trabajo que aquí se hace es extraordinario.

 Al entrar al edificio de infantil, (en italiano llaman asilo a infantil y escola a la parte de primaria), percibes un tipo peculiar de silencio y quietud. Al cruzar la puerta principal accedes a un gran pasillo curvo, de techos muy altos. Las paredes están decoradas con un cálido tono rosado, pintadas con la técnica lazure, muy utilizada en las escuelas waldorf. Esta pintura ofrece una sensación de algo más orgánico que una pintura lisa, como si la pared tuviese una respiración, una profundidad, donde ninguna parte es homogéneamente artificial. A un lado del pasillo hay grandes ventanales, al otro las puertas que dan acceso a los distintas espacios de infantil. Al cruzar una de estas puertas, “rayo de sol” reza en un pequeño marco con una tela bordada con el nombre, accedemos a una amplia estancia donde niños y adultos se cambian los zapatos y pueden dejar sus abrigos. Los niños se ponen una especia de camisita de algodón de un tono pastel liso. La sensación de ver a los niños con esas prendas es agradable, más redonda; de alguna manera es un descanso salir de las camisetas y sudaderas con la estética que suele acompañar a estas prendas.

En este lugar de cambio de zapatos y abrigos hay todavía mayor recogimiento. Al cruzar la siguiente puerta, la del aula propiamente dicha, a nadie se le ocurre elevar la voz, ya no porque haya una imposición, sino porque es lo que se da en ese ambiente. Es natural. En el espacio de este grupo de niños y niñas, nos reciben la maestra Silvia y la maestra Federica. Los niños así las llaman, maestras. El tono de voz es siempre quedo. La presencia de las maestras es luminosa, abierta, cálida. Los niños entran de manera natural a ese ambiente donde hay calma y se habla bajito. Bajo estas coordenadas se puede proponer parte de lo que constituye lo pedagógico, y se puede dar con fluidez: los cuentos, los corros, el trabajo manual. Sin embargo, la parte más importante de lo “pedagógico” está en la presencia, en la mirada atenta y consciente a cada niño y cada niña, del ambiente bello y recogido. Esto y el fluir y la disposición del ritmo del día resulta tener más peso que “lo que se hace”.  

Lo que se intenta en una escuela Waldorf es satisfacer las necesidades de desarrollo de cada etapa particular, con lo que tiene que desarrollar cada niño, cada niña, de manera específica en su momento vital, con una mirada profunda al ser del niño en sus distintas dimensiones: física, emocional, intelectual, moral, social y espiritual, con una visión profunda del ser humano y de su lugar en el cosmos.

Satisfacer las necesidades del niño permite que se desarrolle, que se manifieste su Yo, lo que ese niño es, que se exprese, que pueda manifestarse en este plano. Lo que el niño trae es cuidado y nutrido.

¿Cuáles son esas necesidades de los niño y las niñas en el jardín de infancia? ¿cómo las atiende la pedagogía Waldorf? En Bolonia queríamos ver como la respuesta a estras preguntas se materializan en la práctica, en su práctica. Lo que hemos visto ha sido emocionante. Hemos visto una respiración acorde con la edad del niño de infantil. En esta pedagogía siempre se contempla que haya momentos más abiertos, de expansión, y más recogidos, de concrentración, como una respiración. Aquí esta respiración es cortita, de manera que la mañana pasa de manera contenida. Estamos en un momento social donde hemos de cuidar que los niños mantengan una calma interna, que no estén fuera de sí, en esa excitación constante al que parece les arroja tanta hiperestimulación y tanto fragor anímico. La contención del ambiente es algo que cuida de sus necesidades en primera instancia, que protege su inocencia, que les cuida. Esta respiración cortita, estable, precisa, atenta, les cuida de estar fuera de sí, les cuida del miedo y de la histeria, de la vulnerabilidad a la que esto te arroja. La imagen que traemos en pedagogía Waldorf como guía, como lema en el primer septenio es: “el mundo es bueno”. Esto se traduce en proporcionar una serie de experiencias que se vayan traduciendo en una sensación que obtengo y que voy incorporando en mis células de que el mundo te acoge, de que puedo confiar, de que la vida merece la pena ser vivida. Aquí los niños están contenidos en sí mismos, y están bien, están protegidos, a refugio de esa histeria, que es estar fuera de sí, pudiendo incorporar esa sensación de bienestar. 

No hay máquinas, no hay teléfonos. Todo es real, concreto, humano. Cada persona que nos cruzamos, sin excepción, nos mira, desde sí, y nos saluda dándonos la mano, interesándose, como quien se encuentra a otro ser humano por primera vez en el día. En el espacio de los niños esta sensación de realidad, de no-maquinas y no-pantallas da una sensación de realidad, de vida.

Los niños a esta edad aprenden de la integridad de las acciones de los adultos, y a través de la imitación de los procesos reales de la vida, de cosas reales con sentido. Esto es importante, hacer pan, manipular el harina, la masa, hornearlo, preparar la mesa, desayunarlo, recoger… son procesos de gran complejidad, riqueza y plenos de sentido. Son procesos reales, en oposición a procesos virtuales. Esta mirada, del jardín de infancia como continuación de los procesos cotidianos de la vida de un hogar, está presente de manera bella en cada aula, con su pequeña cocina, sus útiles de limpieza, un sofá para el momento de descanso…

El ritmo en que esto se desarrolla es un ritmo sanador en sí mismo. Dentro de esta forma contenida, de esta respiración que cuida y protege esta edad y esta inocencia, cabe la riqueza inmensa del ritmo waldorf. Ahora acaban de pasar la fiesta del Farol, San Martín, y están preparando la fiesta de La Espiral, que abre el periodo del adviento. Solo para que tengáis un ejemplo, en pedagogía Waldorf siempre se está vivenciando un ritmo que desemboca en una celebración, una fiesta, que cierra ese ritmo y abre el siguiente. El farol contiene un ritmo que se desarrolla durante mes y medio, que incluye canciones, cuentos, corros, poemas, la decoración del espacio y trabajos artísticos y manuales que están directamente relacionados con San Martín, el farol y el otoño. Cantando al otoño entendemos que estamos íntimamente ligados al proceso de la naturaleza, somos parte y nos afecta igual que a las plantas y los animales. El farol hace referencia al cambio de luz, el camino hacia el solsticio de invierno. Se canta al farol, que simboliza la luz interior: “y si hace frío, nos vamos a casa, con nuestro pequeño farol”, dice la canción. Nada se explica, toda enseñanza es implícita en el primer septenio. El día de San Martín se reúnen todas las familias y los niños y niñas por la tarde, cuando ya cae la luz del sol, se hace el precioso teatrillo de La Niña y el Farol, se pasea cada niño con su familia y los faroles que han fabricado, y toda la comunidad educativa comparte un chocolate caliente creando un sentimiento de comunidad muy especial. Es un ejemplo de como subyace a esa vivencia rítmica diaria una inmensa profundidad simbólica que se inserta en un ritmo, una respiración mayor, que es el ciclo anual. Lo simbólico es aquello que puede nutrir y dar calor a lo anímico, al centro emocional, al alma. Lo rítmico, además, los rituales, las fiestas, nos dan un asidero en el flujo del tiempo, le van dando una forma al transcurso del ciclo anual. Así, el propio ritmo es un límite, orgánico, salutogénico, con sentido. Lo primero que tenemos que organizar en nuestro mundo adulto, generalmente tan desconectado de los ritmos naturales y biológicos, es un ritmo sano. Este ritmo contiene y cuida las necesidades básicas. Es el primer límite. Es lo primero que hemos de disponer como adultos. El segundo límite es el ambiente: la calma y el recogimiento, que vienen no de una cosa mental, intelectual, dicha, explicada, sino de la energía que cataliza en el ambiente el estar presente, un recogimiento interno, una cierta actitud. También en el ambiente juega un papel la cualidad armónica  y estética del espacio, y por supuesto la coherencia de nuestras acciones, que son la expresión de nuestro sentir y nuestro pensar. A mayor claridad interna en lo que hago y por qué lo hago, y a mayor claridad en el conocimiento profundo de cada etapa de desarrollo, más claridad en unos límites necesarios que ayudan a un crecimiento sano.

Los seres humanos nos desarrollamos extrauterinamente, no solo intrauterinamente. No salimos terminados del vientre materno, nos conformamos en relación; literalmente el cerebro y todos nuestras estructuras, funciones, sistemas y cuerpos se conforman también fuera del útero. Algunos animales se valen del instinto una vez nacen. El ser humano sin embargo necesita del cuidado, la guía y la atención de una persona con la que crea un vínculo para vivir y desarrollarse. Cómo sea ese cuidado, guía y vínculo, determinará qué, de todo el potencial posible, se actualizará en un modo del ser en el mundo. La autoridad, entonces, es integrar que no solo al nacer sino durante mucho tiempo los niños y niñas necesitan de una guía, atención, presencia y cuidados para desarrollarse plenamente. Un cuidado atento y consciente, nunca puede ser un cuidado mecánico, automático. Exige un trabajo. Los límites entonces son lo que esa autoridad conforma como espacio de seguridad, protección y libertad para que pueda desarrollarse; es lo que demarca y define condiciones. La autonomía es el espacio que queda para ese autocrecimiento, y lo que se conquista como posibilidad para un crecimiento autónomo futuro. El crecimiento siempre es autocrecimiento; el adulto cuida las condiciones de posibilidad de ese ser, de esa manifestación de conciencia en el mundo, de ese Yo. Dentro de un marco de comprensión del crecimiento humano se crece en autonomía y se construye la posibilidad de un crecimiento autónomo futuro. En el próximo post entraremos a discurrir sobre el modo de autoridad y la conciencia presente tras esa autoridad como fundamento para relacionarnos con los límites.

Lo simbólico tiene una importancia extraordinaria, lo que transmitimos a los niños a través del lenguaje y las imágenes mentales. Para un niño menor de seis años lo real y lo imaginario, esto es, aquello compuesto de imágenes mentales, no se distingue todavía. Falta mucho para que eso suceda con claridad, por lo que cada imagen le afecta como una puesta de sol, un ruido fuerte, un alimento o una canción suave y tranquila. Las imágenes tienen el efecto de imprimirse en su ser, condicionarle, como alimento, como luz, o como veneno. Por ejemplo M, nos contaban sus padres, había tenido una experiencia en que se había asustado mucho. Su hermano había tenido una gastroenteritis y le habían explicado con toda su buena fe que un bichito en la comida en mal estado había causado que se encontrase mal, etcétera. Esa imagen, de que hay algo que entra en mi cuerpo le produjo a M una profunda desazón que duró varios días. Imaginemos el efecto tan devastador y profundo que produce esta situación del covid en la primera infancia. No somos conscientes del impacto tan brutal que esto tiene para los niños y los jóvenes. Sin embargo padres y madres siguen creyendo que hay que explicar, se ve la tele, se escucha la radio en un mensaje ininterrumpuido de horror. Eso está totalmente equivocado. Recuerdo el ejemplo tan inspirador de la película La Vida es Bella, que se rodó a un rato de aquí, en Siena y Arezzo. La actitud del padre es una alternativa a explorar.

Hay que cuidar a los niños y las niñas partiendo de no hablar de virus, muertes, contagios e incidencia acumulada, pues lo único que acumulamos es miedo, inquietud, incomprensión, desconfianza, angustia, una energía muy baja y muy densa, y con ello un cuerpo debilitado, un alma encogida, un pensamiento atemorizado y un ser, ulteriormente, mucho más dócil, manejable y maleable. Por favor mantened a los niños y niñas pequeños al margen de las conversaciones, los miedos y las angustias que no les toca vivir. 

En este sentido la escuela de Bolonia es un oasis único donde se cuida esta situación de manera absoluta. Esto muestra una integridad y una madurez de la escuela como organismo, capaz de alinearse con lo que es importante, tomar las decisiones correctas, ser consecuente y poder sostenerlo que resulta verdaderamente asombroso. Es un ejemplo que haya lugares así; un ejemplo que traza unas líneas muy claras en lo que respecta al cuidado de la infancia y sus necesidades más fundamentales.

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