La llegada a Gijón es un cambio de escenario completo. Con tanta lluvia nos cuesta trabajo estos primeros días tener una imagen clara de la ciudad. En el trayecto Denia-Madrid-Gijón hacemos el tránsito completo hacia el otoño. Los primeros días nos sirven para adaptarnos; parece aun así que nuestro cuerpo todavía va por detrás, queriéndose aferrar al final del verano que todavía atardecía en el Mediterráneo.

Comenzamos la observación en la Escuela Andolina. El primer dato, y más importante, es que se trata de una cooperativa de familias, que comienzan juntas hace diez años con el impulso y el fin de crear el marco de aprendizaje apropiado para sus hijos e hijas.

Comenzaron cinco familias. Desde ese impulso agruparon al equipo docente, encontraron el lugar, la casa, que todavía alberga la escuela, y muy importante, consiguieron la homologación antes de comenzar a rodar.

Andolina acoge este año a unos 74 niños y niñas de infantil y primaria.

Luis me ha explicado que tras cruzar la discreta puerta de metal he de bajar por el camino hasta la puerta del piso inferior. Desde la puerta una cierta pendiente llega hasta la casa, que se mantiene solemne en el centro de la parcela. La zona exterior es muy bonita. Los arboles que coronan la finca son como grandes monumentos desgarbados que recuerdan esos viejos guasones que conservan el espíritu de la risa. Uno no puede evitar saludarles al entrar. Son los guardianes perfectos para Andolina.

Cada sitio, cada lugar, tiene una respiración que inspira algo particular. A mi me sucede sobre todo en los lugares animados por niños. Hay un eco que queda en el ambiente de su vida y actividad. Andolina, desde el primer momento, es calma, serenidad, y a la vez dedicación, compañerismo, foco en la tarea que tienen entre manos, foco en hacer algo los adultos que merezca la pena, y hacerlo juntos. Hay una red tejida de los adultos que se percibe con claridad y que arropa y sostiene a los niños. Los niños están tranquilos, contentos, cuidados, serenos. Esta es la primera impresión de este lugar.

Recuerdo las palabras de Javier: “hay que hacer lo propio”; eso intentan hacer aquí. Andar un camino que sea coherente con el aprendizaje que les da sus propias experiencias, adecuarse a sí mismos, a su contexto, de familias, de niños, social, cultural, económico, histórico, escuchar e ir construyendo desde ahí.

“Empezamos -me dice Luis- con la idea de establecer una dinámica más desde la perspectiva del autoaprendizaje, autodirigida, pero nos hemos ido moviendo, pues eso no nos terminaba de funcionar. Hemos visto que algunos de los niños que teníamos, por su carácter, por su contexto, necesitaban un marco más concreto, más acompañamiento. Algunos estaban muy cómodos en un marco más autodirigido, pero otros no”.

La visión es que el equipos de maestras y maestros está muy pendiente de dónde está cada niño. Mediante una tutorización concienzuda recogen los intereses y necesidades de los niños y niñas y confeccionan con ellos un horario particular que les ubica en distintos grupos de actividades a lo largo del día: primera hora ciencias, después arte, más tarde carpintería, etc.

Cada cierto tiempo  se reúnen con los niños y niñas en grupitos de tres tras el almuerzo y van apuntando con ellos en su agenda el horario de la semana. Esto te ordena, te compromete, puedes estar de acuerdo o no estarlo, eres partícipe de lo que vas a hacer. Hay un adulto a su vez que se ha ocupado de ver cual es tu interés, también tu necesidad y te ayuda a organizar este itinerario mientas se comparte en bajito. Los niños acogen las propuestas con agrado. Parece que los niños saben a lo que vienen, y están conformes. Parece que los adultos, las maestras, dicen: yo te muestro el comienzo del camino, y tu lo transitas; aquí estoy, por si necesitas algo.

El día comienza con una reunión de los distintos grupos. Unos ocho o diez niños se sientan en el suelo y tras tocar el cuenco tibetano se guardan unos segundos de silencio. Tras este momento de calma la maestra expone lo que va a suceder durante el día y el resto de la semana, y se abre un espacio para preguntas o dudas. Tras terminar el encuentro con otro momento de silencio marcado por la vibración del cuenco, cada grupito se dirige a la actividad que le corresponde.

En Andolina, en la sección de primaria, no hay libros de texto. Van desarrollando proyectos en distintos formatos que va dando cuenta de los itinerarios que van tomando. Los maestros se encargan de tomar buena nota de estos caminos. Hay varios ambientes simultáneos donde todos los niños y niñas trabajan juntos independientemente de la edad. Cada uno va desarrollando su proyecto, bien de manera individual, bien en pequeños grupos. Estos ambientes son ciencias sociales y naturales, matemáticas y lengua, arte, el gimnasio, la carpintería y el exterior.

Antes del almuerzo se pasa por dos de estos ambientes. Tras el almuerzo, se abre un tiempo llamado “tiempo en blanco” donde se permite a los niños elegir la actividad que quieren hacer, y después se abre de nuevo un momento de taller, donde se desarrollan actividades recogidas en el horario de cada uno. El día termina, como la inicio, con una reunión, donde el cuenco tibetano nos devuelve a la calma y al estar juntos de nuevo.

La próxima semana os contaremos un poco más… decidnos en comentarios si os interesa algún aspecto concreto del que os gustaría saber más.

Un abrazo!

Baobab